Participación Ciudadana

sábado, 20 de octubre de 2012

PÓQUER DE ASES

El pasado 17 de octubre pudimos ver en casi todos los medios de comunicación la declaración que hizo EAPN Melilla sobre la pobreza en nuestra ciudad. Alarmantes algunos datos como la estimación de pobreza infantil en nuestra ciudad.
Si nos ponemos a recabar información sobre el perfil de las personas que sufren pobreza y exclusión en nuestra comunidad, rápidamente nos damos cuenta que con mucha ventaja, la comunidad bereber es la más numerosa como lo es cuando hablamos de fracaso escolar.
¿Qué está ocurriendo para que una parte muy importante de la población melillense esté viéndose afectada por un estancamiento, cuando no retroceso en su progreso social?




¿Por qué no mejoran sustancialmente los índices de éxito escolar en los colegios León Solá, Mediterráneo y Juan Caro a pesar de los grandes esfuerzos del equipo decente de esos centros? ¿Qué ocurre con esos niños que continúan su itinerario formativo cuando llegan al IES Rusadir? ¿Por qué no se afronta de una mera decidida por parte de la administración local el fracaso escolar de tantos niños y jóvenes melillenses? ¿No son el futuro de nuestra ciudad?  Parece que a algunos políticos no les interesa ese futuro cuando todos sabemos a qué nos estamos enfrentando.
Capacidad lectora: insuficiente. Capacidad comprensiva del idioma; insuficiente. Conocimientos curriculares: Muy bajos.  Habilidades sociales: muy escasas. autoestima: muy baja. Comportamiento: Tensional...

Sras. y Sres. Responsables políticos: La educación y la formación son factores clave para mejorar el desarrollo económico y la cohesión social de nuestra ciudad. ¿Acaso se han marcado algún objetivo para reducir el porcentaje de fracaso escolar en nuestros niños y jóvenes? Por otra parte, el fracaso de los objetivos de reducción de los niveles de pobreza (hablo de objetivos por que imagino que la las consejerías implicadas en ello se habrán marcado algún tipo de objetivo) y el crecimiento del desempleo refuerzan la urgente necesidad de buscar instrumentos que permitan avanzar hacia el objetivo de la inclusión activa.

Supongo que el Pacto Social del que habla el Sr. Presidente de la ciudad se dirige hacia todos estos temas que son estratégicos para el futuro social y económico de nuestra ciudad.
Pero lo primero que me llama la atención cuando se intenta investigar en las causas de la realidad que viven niños y jóvenes de estos distritos es la ausencia de estudios que nos aporten información concreta de la situación socio-educativa de estos barrios denominados desfavorecidos. A partir de aquí, se hace imposible realizar un diagnóstico del sistema escolar y su repercusión en el alumnado para que puedan llevarse a cabo propuestas que en muchas ocasiones trascienden el propio marco social del que parten, para convertirse en alternativas necesarias de todo el sistema educativo, ya que el fracaso de este sistema escolar lo padecen no sólo los jóvenes de familias más humildes, sino de otros muchos sectores de la población.
Melilla ocupa también los últimos puestos en abandono escolar temprano e idoneidad, o correspondencia óptima entre edad y curso, alejadas de las medidas nacionales y aún más de las europeas y de la OCDE.
Una de las realidades más dramáticas, lo constituye el creciente número de adolescentes, que a edades tempranas (a partir de los 11 y 12 años), manifiestan conductas marginales y pre delictivas, cayendo en muchos casos en los brazos del tráfico de droga o del propio consumo. Me atrevería a decir que el 100% de estos adolescentes, presenta una biografía previa de fracaso escolar profundo; es decir que no sólo han suspendido asignaturas o repetido cursos, sino que abandonaron prematuramente los estudios antes de cumplir con la edad de escolarización obligatoria. A la falta de formación adecuada se le añade un déficit importante en la segunda etapa socializadora, que además, en muchos casos, se une a la precaria socialización familiar.
Los niños y jóvenes procedentes de familias y núcleos desfavorecidos, económica y culturalmente, tienen mayores dificultades, en el progreso formativo, que otros de su misma edad; pero no por deficiencias mentales, sino por la carencia de los hábitos adecuados que le ayuden a cumplir las exigencias de un sistema escolar rígido que en muchas ocasiones, desprecia sus habilidades y capacidades. A partir de los diez u once años, estas dificultades se convierten en rechazos manifiestos, con el posterior abandono prematuro, al que arrastran a otros compañeros, quizá con más posibilidades de desarrollo.
Estamos hablando del FRACASO, no de unos individuos, sino DE TODO UN SISTEMA EDUCATIVO, incapaz de adaptarse a las características y necesidades de los que son sus destinatarios, los estudiantes, y de suplir las graves carencias de origen que algunos de ellos presentan. Y se trata de un fracaso de dimensiones colosales si tenemos en cuenta que esos mismos chavales que abandonan a los 11, 12 o más años, permanecen en una institución (la escolar) desde los 3 o 6 años, 7 horas diarias y 9 meses durante, al menos, los 6 u 8 años seguramente más importantes de su vida, en lo que a su educación se refiere.
Melilla tendría que caminar hacia un modelo de ciudad más inclusiva, una ciudad para todos y para todas. Las ciudades inclusivas, a diferencia de las ciudades integradoras, se construyen pensando en las personas y sus necesidades. Es la ciudad la que se tiene que adaptar a las necesidades y aspiraciones de las personas y no las personas las que se deben adaptar a las ciudades.
En realidad, desde mi punto de vista, la realidad de los barrios más desfavorecidos es el fruto de décadas de fracaso de las políticas sociales y educativas de las diferentes legislaturas y de un abandono casi institucionalizado. Sí, los barrios más desfavorecidos se encuentran en los distritos IV y V que es donde se concentra porcentualmente el mayor número de habitantes de origen bereber. Y hablo de ciudadanos españoles.
Y el sistema no falla de ahora. Falla desde hace más de 20 años. Se convierte entonces en un problema anacrónico. No creo equivocarme al decir que estos problemas, enquistados y anacrónicos, suelen derivar hacia el conflicto social. Un conflicto que nos afecta a todos pero que lo viene sufriendo la misma comunidad que en el año 85 tuvo que luchar por sus derechos de ciudadanía. La misma comunidad que por aquel entonces ocupaba, en términos proporcionales, el escalón más bajo en la estructura de la participación política, económica y social melillense. Las cosas han cambiado mucho desde entonces, pero a la vez,  algo lleva fallando desde hace mucho tiempo.
Sin querer parecer tendencioso ni cualquier otra cosa que se le parezca, quiero plantear una reflexión al hilo de lo que Norbert Elias, en su libro “Sociología Fundamental” nos cuenta sobre el elemento “poder” en la sociedad. Esta expresión “Poder”, tiene hoy para muchas personas connotaciones no muy agraciadas. La causa más cercana reside en que los niveles de poder han estado repartidos de modo muy desigual y los hombres o los grupos que han dispuesto socialmente de grandes posibilidades de ejercer poder las han utilizado con brutalidad y falta de escrúpulos, para sus propios fines. Entre otras, Norbert Elias afirma que los equilibrios más o menos flucturantes de poeder constituyen un elemento integral de todas las relaciones humanas.

De equilibrios de poder y de la responsabilidad del que ejerce ese poder (gobierno local) nos habla su pequeña historia.

Él mismo nos cuenta como ejemplo lo siguiente:

Supóngase un juego entre dos personal en el que uno de los jugadores es muy superior al otro: A es un jugador muy fuerte. B muy flojo.
En este caso A tiene, en primer término, un alto grado de control sobre B: hasta cierto punto puede obligar a éste a ha­cer determinadas jugadas.
Tiene, con otras palabras, «po­der» sobre él. Esta palabra no significa otra cosa sino que está en condiciones de influir en gran medida sobre las jugadas de B. Pero el alcance de esta influencia no es ilimitado. El jugador B, aun siendo flojo en el juego, como es el caso, po­see también un cierto grado de poder sobre A.
 Pues igual que B ha de orientarse en cada una de sus jugadas por la jugada anterior de A. también A ha de orientarse en cada jugada su­ya por la jugada anterior de B. La fuerza de B en el juego puede ser inferior a la de A. pero no es igual a cero; en otro caso no habría juego. Con otras palabras, aquellos indivi­duos que juegan a un juego se influyen siempre mutuamente.
Cuando se habla del «poder» que posee un jugador sobre el otro, este concepto no alude, por tanto, a algo absoluto, sino a la diferencia —a su favor— que existe entre su fuerza en el juego y la del otro jugador. Esta diferencia, el saldo de las fuerzas en el juego, determina en qué medida el jugador A puede influir con sus jugadas sobre las de B y en qué medida es influido, a su vez, por éstas. De acuerdo con el supuesto del modelo a el diferencial de fuerzas en el juego a favor de A es en este caso muy elevado. Igualmente grande es su capa­cidad para imponer a su contrincante un determinado com­portamiento.
Pero A, debido a su mayor fuerza en el juego, no posee so­lo un alto grado de control sobre su contrincante B. Tiene, en segundo término, también un alto grado de control sobre el juego como tal. Puede determinar, es cierto que no absoluta­mente, pero si en un alto grado, el curso del juego —el «proceso del juego», el proceso de la relación— en su con­junto y por tanto y también el resultado del juego.
Esta dis­tinción conceptual entre la significación que tiene una eleva­da superioridad en cuanto a fuerza en el juego para la influ­encia que un jugador puede ejercer sobre otra persona, es de­cir, sobre su contrincante, y la significación que reviste su su­perioridad en relación con el curso del juego como tal, no ca­rece de importancia a efecto de la utilización del modelo. Pe­ro la posibilidad de distinguir entre la influencia sobre el jugador y la influencia sobre el juego no significa que sea posi­ble imaginar jugadores y juego como realidades existentes por separado.
Ib) Supóngase que el diferencial de fuerza en el juego de A y B se reduce. Es indiferente que esto se deba a un aumento de la fuerza en el juego de B o a una disminución de la fuerza de A. La posibilidad con que cuenta A de influir a través de sus jugadas en las de B —su poder sobre B— se reduce en la misma medida; la de B aumenta. Lo mismo sucede con la ca­pacidad de A para determinar el proceso del juego y el re­sultado del juego.
Cuanto más se reduzca el diferencial de fuerzas de juego de A y B, tanto menor será la capacidad de cada uno de los jugadores para obligar al otro a un determi­nado comportamiento en el juego. Tanto menos estará uno de los dos jugadores en condiciones de controlar la figura­ción del juego; tanto menos dependerá de las intenciones y planes que se haya trazado en relación con el curso del juego.
Al contrario, tanto mayor será la dependencia del plan gene­ral y de las jugadas de cada uno de los jugadores de la cam­biante figuración del juego, del proceso de juego; tanto más adquiere el juego un carácter de proceso social y pierde el de ejecución de un plan individual; en lamo mayor medida re­sulta, con otras palabras, del entramado de jugadas de dos individuos un proceso de juego que no ha sido planeado por ninguno de los dos jugadores.

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