El pasado 17 de octubre pudimos ver en casi todos los medios
de comunicación la declaración que hizo EAPN Melilla sobre la pobreza en
nuestra ciudad. Alarmantes algunos datos como la estimación de pobreza infantil en nuestra ciudad.
Si nos ponemos a recabar información sobre el perfil de las
personas que sufren pobreza y exclusión en nuestra comunidad, rápidamente nos
damos cuenta que con mucha ventaja, la comunidad bereber es la más numerosa
como lo es cuando hablamos de fracaso escolar.
¿Qué está ocurriendo para que una parte muy importante de la
población melillense esté viéndose afectada por un estancamiento, cuando no
retroceso en su progreso social?
¿Por qué no mejoran sustancialmente los índices de éxito escolar
en los colegios León Solá, Mediterráneo y Juan Caro a pesar de los grandes esfuerzos del equipo decente de esos centros? ¿Qué ocurre con esos niños
que continúan su itinerario formativo cuando llegan al IES Rusadir? ¿Por qué no
se afronta de una mera decidida por parte de la administración local el fracaso
escolar de tantos niños y jóvenes melillenses? ¿No son el futuro de nuestra
ciudad? Parece que a algunos políticos
no les interesa ese futuro cuando todos sabemos a qué nos estamos enfrentando.
Capacidad lectora: insuficiente. Capacidad comprensiva del
idioma; insuficiente. Conocimientos curriculares: Muy bajos. Habilidades sociales: muy escasas. autoestima: muy baja. Comportamiento: Tensional...
Sras. y Sres. Responsables políticos: La educación y la formación son factores clave para mejorar
el desarrollo económico y la cohesión social de nuestra ciudad. ¿Acaso se han marcado algún objetivo
para reducir el porcentaje de fracaso escolar en nuestros niños y jóvenes? Por
otra parte, el fracaso de los objetivos de reducción
de los niveles de pobreza
(hablo de objetivos por que imagino que la las consejerías implicadas en ello
se habrán marcado algún tipo de objetivo) y el
crecimiento del desempleo refuerzan la urgente necesidad de buscar
instrumentos que permitan avanzar hacia el objetivo de la inclusión activa.
Supongo que el Pacto Social del que habla el Sr. Presidente de la ciudad se dirige hacia todos estos temas que son estratégicos para el futuro social y económico de nuestra ciudad.
Supongo que el Pacto Social del que habla el Sr. Presidente de la ciudad se dirige hacia todos estos temas que son estratégicos para el futuro social y económico de nuestra ciudad.
Pero lo primero que me llama la atención cuando se intenta
investigar en las causas de la realidad que viven niños y jóvenes de estos distritos
es la ausencia de estudios que nos aporten información concreta de la situación
socio-educativa de estos barrios denominados desfavorecidos. A partir de aquí,
se hace imposible realizar un diagnóstico del sistema escolar y su repercusión
en el alumnado para que puedan llevarse a cabo propuestas que en muchas
ocasiones trascienden el propio marco social del que parten, para convertirse
en alternativas necesarias de todo el sistema educativo, ya que el fracaso de
este sistema escolar lo padecen no sólo los jóvenes de familias más humildes,
sino de otros muchos sectores de la población.
Melilla ocupa también los últimos puestos en abandono escolar
temprano e idoneidad, o correspondencia óptima entre edad y curso, alejadas de
las medidas nacionales y aún más de las europeas y de la OCDE.
Una de las realidades más dramáticas, lo constituye el
creciente número de adolescentes, que a edades tempranas (a partir de los 11 y
12 años), manifiestan conductas marginales y pre delictivas, cayendo en muchos
casos en los brazos del tráfico de droga o del propio consumo. Me atrevería a
decir que el 100% de estos adolescentes, presenta una biografía previa de
fracaso escolar profundo; es decir que no sólo han suspendido asignaturas o
repetido cursos, sino que abandonaron prematuramente los estudios antes de
cumplir con la edad de escolarización obligatoria. A la falta de formación
adecuada se le añade un déficit importante en la segunda etapa socializadora,
que además, en muchos casos, se une a la precaria socialización familiar.
Los niños y jóvenes procedentes de familias y núcleos
desfavorecidos, económica y culturalmente, tienen mayores dificultades, en el
progreso formativo, que otros de su misma edad; pero no por deficiencias
mentales, sino por la carencia de los hábitos adecuados que le ayuden a cumplir
las exigencias de un sistema escolar rígido que en muchas ocasiones, desprecia
sus habilidades y capacidades. A partir de los diez u once años, estas dificultades
se convierten en rechazos manifiestos, con el posterior abandono prematuro, al
que arrastran a otros compañeros, quizá con más posibilidades de desarrollo.
Estamos hablando del FRACASO, no de unos individuos, sino DE
TODO UN SISTEMA EDUCATIVO, incapaz de adaptarse a las características y
necesidades de los que son sus destinatarios, los estudiantes, y de suplir las
graves carencias de origen que algunos de ellos presentan. Y se trata de un
fracaso de dimensiones colosales si tenemos en cuenta que esos mismos chavales
que abandonan a los 11, 12 o más años, permanecen en una institución (la
escolar) desde los 3 o 6 años, 7 horas diarias y 9 meses durante, al menos, los
6 u 8 años seguramente más importantes de su vida, en lo que a su educación se
refiere.
Melilla tendría que caminar hacia un modelo de ciudad más
inclusiva, una ciudad para todos y para todas. Las ciudades inclusivas, a
diferencia de las ciudades integradoras, se construyen pensando en las personas
y sus necesidades. Es la ciudad la que se tiene que adaptar a las necesidades y
aspiraciones de las personas y no las personas las que se deben adaptar a las
ciudades.
En realidad, desde mi punto de vista, la realidad de los barrios
más desfavorecidos es el fruto de décadas de fracaso de las políticas sociales y educativas
de las diferentes legislaturas y de un abandono casi institucionalizado. Sí,
los barrios más desfavorecidos se encuentran en los distritos IV y V que es
donde se concentra porcentualmente el mayor número de habitantes de origen bereber.
Y hablo de ciudadanos españoles.
Y el sistema no falla de ahora. Falla desde hace más de 20 años.
Se convierte entonces en un problema anacrónico. No creo equivocarme al decir
que estos problemas, enquistados y anacrónicos, suelen derivar hacia el conflicto
social. Un conflicto que nos afecta a todos pero que lo viene sufriendo la
misma comunidad que en el año 85 tuvo que luchar por sus derechos de
ciudadanía. La misma comunidad que por aquel entonces ocupaba, en términos
proporcionales, el escalón más bajo en la estructura de la participación
política, económica y social melillense. Las cosas han cambiado mucho desde
entonces, pero a la vez, algo lleva fallando desde hace mucho tiempo.
Sin querer parecer tendencioso ni cualquier otra cosa que se
le parezca, quiero plantear una reflexión al hilo de lo que Norbert Elias, en
su libro “Sociología Fundamental” nos cuenta sobre el elemento “poder” en la
sociedad. Esta expresión “Poder”, tiene hoy para muchas personas connotaciones
no muy agraciadas. La causa más cercana reside en que los niveles de poder han
estado repartidos de modo muy desigual y los hombres o los grupos que han
dispuesto socialmente de grandes posibilidades de ejercer poder las han
utilizado con brutalidad y falta de escrúpulos, para sus propios fines. Entre
otras, Norbert Elias afirma que los equilibrios más o menos flucturantes de
poeder constituyen un elemento integral de todas las relaciones humanas.
De equilibrios de poder y de la responsabilidad del que ejerce ese poder (gobierno local) nos habla su pequeña historia.
De equilibrios de poder y de la responsabilidad del que ejerce ese poder (gobierno local) nos habla su pequeña historia.
Él mismo nos cuenta como ejemplo lo siguiente:
Supóngase un juego entre dos personal en el que uno de los jugadores es muy
superior al otro: A es un jugador muy fuerte. B muy flojo.
En este caso A tiene, en primer término, un alto grado de control sobre B:
hasta cierto punto puede obligar a éste a hacer determinadas jugadas.
Tiene, con otras palabras, «poder» sobre él. Esta palabra no significa
otra cosa sino que está en condiciones de influir en gran medida sobre las
jugadas de B.
Pero el alcance de esta influencia no es ilimitado. El jugador B,
aun siendo flojo en el juego, como es el caso, posee también un cierto grado
de poder sobre A.
Cuando se habla del «poder» que posee un jugador sobre el otro, este
concepto no alude, por tanto, a algo absoluto, sino a la diferencia —a su
favor— que existe entre su fuerza en el juego y la del otro jugador. Esta
diferencia, el saldo de las fuerzas en el juego, determina en qué medida el
jugador A
puede influir con sus jugadas sobre las de B y en qué medida es influido, a su vez, por
éstas. De acuerdo con el supuesto del modelo a el diferencial de fuerzas en el
juego a favor de A es en este caso muy elevado. Igualmente grande es su capacidad
para imponer a su contrincante un determinado comportamiento.
Pero A,
debido a su mayor fuerza en el juego, no posee solo un alto grado de control
sobre su contrincante B. Tiene, en segundo término, también un alto
grado de control sobre el juego como tal. Puede determinar, es cierto que no
absolutamente, pero si en un alto grado, el curso del juego —el «proceso del
juego», el proceso de la relación— en su conjunto y por tanto y también el resultado
del juego.
Esta distinción conceptual entre la significación que tiene una elevada
superioridad en cuanto a fuerza en el juego para la influencia que un jugador
puede ejercer sobre otra persona, es decir, sobre su contrincante, y la
significación que reviste su superioridad en relación con el curso del juego
como tal, no carece de importancia a efecto de la utilización del modelo. Pero
la posibilidad de distinguir entre la influencia sobre el jugador y la
influencia sobre el juego no significa que sea posible imaginar jugadores y
juego como realidades existentes por separado.
Ib) Supóngase que el diferencial de fuerza en el juego de A y B se
reduce. Es indiferente que esto se deba a un aumento de la fuerza en el juego
de B o a una disminución de la fuerza de A. La posibilidad con que cuenta A de influir
a través de sus jugadas en las de B —su poder sobre B— se reduce en la misma medida;
la de B
aumenta. Lo mismo sucede con la capacidad de A para determinar el proceso del
juego y el resultado del juego.
Cuanto más se reduzca el diferencial de fuerzas de juego de A y B,
tanto menor será la capacidad de cada uno de los jugadores para obligar al otro
a un determinado comportamiento en el juego. Tanto menos estará uno de los dos
jugadores en condiciones de controlar la figuración del juego; tanto menos
dependerá de las intenciones y planes que se haya trazado en relación con el
curso del juego.
Al contrario, tanto mayor será la dependencia del plan general y de las
jugadas de cada uno de los jugadores de la cambiante figuración del juego, del
proceso de juego; tanto más adquiere el juego un carácter de proceso social y
pierde el de ejecución de un plan individual; en lamo mayor medida resulta,
con otras palabras, del entramado de jugadas de dos individuos un proceso de
juego que no ha sido planeado por
ninguno de los dos jugadores.
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